El LHD
El LHD
Era un turno normal, las palas sacaban la saca a su ritmo habitual moviéndose
por las calles con soltura. En el punto de extracción, el operario con su
pericia llenaba su balde una y otra vez. Abajo, los trenes de acarreo, el
polvo.
La dimensión de estos equipos, a veces no permiten tener una gran visión,
sumado a eso, los túneles por donde circulan son estrechos, en partes, no más
30 centímetros de espacio libre a cada lado, por ello, está prohibido
transitar. Cuando es ruta compartida, hay un loro que autoriza
la pasada. Es el único que sabe cuándo el equipo LHD no representaba un peligro
para el peatón.
Ese día, a un mecánico se le olvidaron herramientas en esa ruta, estaban
arreglando una pala así que decidió entrar rápidamente a buscarlas. El operario
llevaba como 15 baldadas sacadas, ya casi al terminar el turno. Hacía su
trayecto automáticamente, con su respirador puesto, sus lentes, el ronco
zumbar de su máquina ya no le afectaba; entro al punto de extracción sacó
su baldada llena de saca, levantó el baldé giro y enfilo a vaciarlo,
rugió el motor y comenzó a tomar velocidad, hasta llegar al pique y
vaciar su carga, retomó la carrera y de pronto sintió que una rueda se
levantaba, como si pasara por encima de una roca que se hubiera caído.
Así que pensó sacarla a la vuelta. Fue a sacar la otra baldada, de
vuelta, de nuevo la rueda se levantó un poco, esta vez decidió parar el proceso
y sacar el obstáculo.
Bajó el balde, detuvo el equipo, se sacó la máscara, y se encaminó al
lugar de donde estaba la piedra. Cuando llegó, se desplomó en el suelo y se
puso a llorar… llamó por radio al capataz y al poco rato llegaron los jefes y
ganchitos a ver un espectáculo dantesco.
Una mancha en el piso era lo único que quedaba de lo que había sido su
ganchito el mecánico.
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