Hay días que no quiero ir a trabajar




FEBRERO 14 DE 2001
  Ese día me dirigí a la parada del bus queriendo que la realidad no llegara a buscarme. Sentía que llevaba el peso de mil toneladas de saca en los hombros. Pero igual iba contra todo, a desplomarme en el asiento de la rutinaria partida y sumirme en el profundo sueño del trayecto.
Ese día en particular, no quería vestir mis atuendos de minero.  Pero me elevaba en esta serpiente enroscada que es la carretera del Cobre, y tal parece que iba con la pata izquierda. A mi lado, un tipo roncaba como león y no me permitía disfrutar mi sueño. Me acomodé, tiré mi cinturón, carraspeé, silbé para que despertara…. y nada. Se repantingaba y hacía gorgoritos roncando como si hubiera estado aún en sus dos plazas.  Para más remate era un bus nuevo que parecía cunita. Con razón el desgraciado… brrrrrrrrrr.
¡Qué me pasa mierda que voy tan desanimado! Me reprendía continuamente.
Miraba a través del vidrio empañado y tal parecía que no avanzaba… no llegaba ni a Maitenes….  La calefacción ya me estaba sofocando y para peor me dieron ganas de orinar y ¡¡faltando la mitad del viaje!!
Y rum rum montaña arriba y mi vejiga acicateando….y la calefa infernal…aguanta cabrito ayyyyy … y el jetón que rugía y rugía a mi lado… Echaba re mil pericos pa’ mis adentros. A juego perdido trataba de concentrarme en sus ronquidos y pedos pa’ olvidarme de mis apremios, sin conseguirlo. Apegaba el rostro contra  el vidrio para que lo heladito me refrescara y distrajera. El bus como siempre, con su cargamento de sueños y esperanzas por la serpenteante carretera y de pronto una brusca frenada…. Todos despertaron. La radio avisaba del choque del  bus que va adelante y un camión. Nos bajamos para ayudar.
Entre las brumas de la noche nos encontramos con la dantesca panorámica de un camión con la cabina destrozada. El Flaco subió a ella de un salto y nos gritó:
-¡Nada que hacer, esta decapitado!
Medio en shock corrimos a ver el bus que a la luz de las linternas lucía ventanas rotas y mil averías, y de su interior en completa oscuridad bullían gritos desesperados pidiendo auxilio, era una escena espeluznante… Los compañeros ingresaron al bus como pudieron, y avisaron que había un muerto, varios atrapados entre los fierros retorcidos y muchos heridos.
Sacamos los heridos y los fuimos dejando en hilera hasta que llegara la ambulancia….. Hicimos palanca para sacar a los atrapados. Uno de mis compañeros reconoció al fallecido: Era un ganchito. Había jubilado y subió para despedirse de sus ganchos. Qué ironía. Pudo quedarse en casa celebrando. ¡Puf! Definitivamente hay día en que no hay que subir….pensaba yo, abrumado.
Comentaban que el chofer del camión se quedó dormido. Que no era hora de transito compartido (camiones y buses)… y mil teorías. Pasaban los minutos… ya media hora…. y no llegaba la ambulancia…  la desesperación se apoderó de todos. Alguien habló con un chofer de otro  bus para que diera vuelta y bajara con los accidentados. Acomodamos a los heridos que consideramos leves arriba del bus y a los de más cuidado en la maletera y nos fuimos rumbo a la FUSAT.
En el camino hablaba con los que iban menos heridos y me encargaron que avisara a sus familias. En medio del nerviosismo me acordé que tenía grabadora y grabé sus direcciones, números de teléfonos, y mensajes para sus familias.
“Ese  14 de febrero del 2001 sonaban las sirenas y un repiquetear de teléfonos
daban la alarma; un accidente en la carretera, ¡ alo,  alo...! algo le pasó a un bus de mineros.
El teléfono repiqueteaba de lugar en lugar….dicen que fue con un camión….
¡Es un accidente fatal...! Dos muertos.
Y la comunidad minera con el corazón en la mano, A quién le tocó ahora….
 Un compañero me encomendó avisarle a su familia personalmente….Cuando llegué a su casa, un griterío histérico y apremiante, creían que les mentía y que su ser querido estaba muerto…hasta que en medio del pandemónium me acordé que lo grabé diciéndome la dirección….y se hizo la calma. Acto seguido partieron en su auto a la FUSAT y se olvidaron de mí, el afligido recadero. Ahí quedé, a más de cuarenta cuadras de mi casa y sin un peso en los bolsillos ¡caramba! cansado y traumado.

Miré al care’ gallo que ya estaba en lo alto dispuesto a achicharrarme y resignado caminé la tremenda distancia manos en bolsillos jugando al par y nones ¡¡miérda!! con el corazón repletito de haber podido ayudar en algo sin dejar de pensar en que quizás el desgano de ese día, era la premonición de lo que estaba por suceder.



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